Las cererías nacen al amparo de las iglesias y Ortega no es
una excepción. Cercana a la Real Colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo,
La Latina, sigue trabajando de forma artesanal la cera.
El taller se encuentra separado de la zona de venta, que
mantiene su mostrador de madera, por medio de unas columnas. Pueden verse
colgados, a la espera del enfriamiento y secado, los cirios, las velas rizadas
o las de campanilla. Las velas son de todos los colores y tamaños: animalitos,
exvotos y lamparillas.
Fundado en 1893 por Víctor Ortega, el establecimiento era
propiedad de unos familiares que traen a Víctor, siendo pequeño, a trabajar con
ellos. Dado que este oficio suele pasar de padres a hijos, Ortega se sitúa ya
en su tercera generación con el maestro José Manuel Ortega, que, pese a que las
velas ya no se usan tanto como antes.
En este más que centenario establecimiento se encontrará la
esencia ancestral de uno de los oficios artesanos más antiguos del mundo que
aún mantiene el proceso de elaboración artesanal de todo tipo de velas.
Según su dueña, doña Leonor Fernández, a esta profesión le quedan pocos años de vida.
Uno los símbolos de la devoción, poner la vela al santo, es práctica reprimida
en muchos templos: los fieles tienen que conformarse con iluminar sus ruegos
eléctricamente -moneda mediante- ante la imagen de su fervor. Además, la crisis
religiosa, tan denunciada por el clero, también se deja sentir en esta
amenazada artesanía.
La manera de trabajar la cera artesanalmente utilizando la
maquinaria de antaño le confiere más resistencia y durabilidad a las velas que
las que se pueden adquirir en otro tipo de establecimientos.
Para la fabricación de velas y cirios . Primero se funde la
cera en una enorme cazuela. Posteriormente se traspasa a la paila, una vasija
de metal que se mantiene caliente. Desde ahí se introduce en el noque, un
recipiente estrecho y largo en el que se bañan los cabos de vela. Estos
pábilos, que cuelgan de una tablilla con contrapeso, se introducen varias
veces, hasta lograr el grosor necesario. Los cirios son los más trabajosos dado
que el tiempo es mucho mayor.
La veteranía de este establecimiento no evita el celo
municipal. Al Ayuntamiento le dio hace unos años por pedirme la licencia de
apertura, realizada a finales del siglo XIX. A la vista de la insistencia
funcionarial, los dueños de la cerería optaron por enmarcar la renovación de la
licencia, emitida en 1917 en un distrito que entonces se llamaba Inclusa.
Según palabras de sus propietarios, en la actualidad sus
mejores clientes ya no son las iglesias y sus curas, vendiendo más a bares,
cafeterías y lugares de alterne que a lugares religiosos.
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