Cada mañana la visita
turística guiada que hace el Ayuntamiento de Madrid por la capital, enfila la
calle Fernando VI y hace parada obligada en el escaparate de La Duquesita, en
el número 2 de la calle y muy próximo al palacio Longoria, sede de la Sociedad General de Autores y Editores. La pastelería que abrió sus puertas en 1914 y que fue proveedora de
la Casa Real, ya ha cumplido un siglo de dulce vida.
El nombre de Duquesita hace referencia a
la encantadora estatua de alabastro que preside el local. La estatua, realizada
en Italia, presenta algunos desperfectos (visibles en cuello nariz y mano).
El actual propietario, el
señor Luis Santamaría Cadenas, la heredó de su padre, don Luis Santamaría
Liceras, que a su vez sustituyó a su abuelo en el obrador. Romualdo, así se llamaba
el maestro de obrador y abuelo de don Luis, se hizo cargo de la pastelería en
el año 1930 cuando el dueño del establecimiento falleció y que su viuda le
ofreció quedarse con el negocio. Por supuesto, él, sin pensarlo dos veces, dijo
que sí y, desde entonces, La Duquesita pertenece a la familia de Luis pero su
nombre hace referencia a quienes eran sus más ilustres clientes en la época de
su fundación, la aristocracia española.
Pastelería La Duquesita (interior) |
Cuenta don Luis: "A Primo de Rivera le encantaban las yemas,
los suizos y los roscones": "un roscón grande", se lee en el
apunte de letra perfecta y cuidada del abuelo. Junto a ese, decenas de encargos
de roscones el día 6 de enero de 1924: de la marquesa de Ferrandele, de la
marquesa de Amboage, o de la propia reina María Cristina de Austria (madre de
Alfonso XIII). Ese libro de registro de tapas duras delata los caprichos más
dulces de la nobleza madrileña de la época.
"Luego, poco a poco, con el surgimiento de
las clases medias, los roscones se popularizaron y se hicieron asequibles para
la mayor parte de la población. Nosotros cada año vendemos más",
reconoce tras haber despachado 1.200 unidades en dos días.
Santamaría mantiene la
pastelería casi intacta. "Solo he
cambiado las neveras y la caja registradora de manivela, pero lo tengo todo
guardado", cuenta quien, a pesar de llevar dos días (y sus noches en
vela) en el obrador del sótano, como tantos otros pasteleros madrileños, siente
que vive dentro de su propio tesoro junto a su mujer. "Tengo más de 60 años y mis hijos ya no creo
que sigan con esto", dice el pastelero con resignación.
De hecho, el negocio
nunca cerró y permaneció abierto durante la contienda. “Sobre todo en la posguerra, de vez en cuando, faltaban materias primas
que se suplían con otros ingredientes”, cuenta Luis.
Pastelería La Duquesita (interior) |
Hubo un miliciano que
entró en la tienda y la tomó con la figurita de porcelana que todavía hoy
preside la pastelería, y con la culata del arma mutiló la nariz y el cuello a
La Duquesita. “Mi abuelo Romualdo, un
republicano de pura cepa, le sacó del cuello y le llamó de todo menos bonito.
Después volvió a pegar los pedazos con sumo cuidado”, relata. ¡Quien le iba
a decir a ella que cumpliría 100 años!
Todos los postres que se
adivinan desde el escaparate, roscones, palmeras, polvorones, bartolillos,
huesos de santo, buñuelos de nata, turrones, guirlache, etc. se fabrican de
manera artesanal en el obrador. Al entrar, el olor es irresistible y cuesta
creer que los trabajadores no terminen cada tarde con todas las existencias. “No es por nada, pero los naranjines los
bordo y nuestros macarrons no tienen nada que envidiar a Ladurée de París”,
replica con orgullo.
El proceso de fabricación de los
bartolillos, huesos de santo, buñuelos, etc. Es totalmente artesanal. Destacan
las anguilas de mazapán los croissants y los “soconuscos” (pasteles de
chocolate cuyo nombre recuerda al lugar de México donde en época de Cervantes
se obtenía el mejor cacao)
Desde la fundación de la
pastelería, se dedican a preparar los cruzamientos, unas cajas de bombones o
pastelillos que los caballeros que iban a ingresar en una orden militar
regalaban a sus familias antes de partir, y que ahora Luis ha reeditado para
celebrar el centenario. En una de las cristaleras del interior, el recorte de
una portada del diario ABC nos recuerda que Pedro Almodóvar salió un día de La
Duquesita paquetito en mano. ¿Llevaría carbayones, un postre de almendra y
canela típico de Asturias, una de las especialidades de la pastelería?
Según cuenta Luis, el
actual propietario al que le hubiera gustado ser ingeniero industrial, el
oficio de pastelero es muy sacrificado: “Se
trabaja de martes a domingo y durante las fiestas se abre sí o sí. Y ¡ay de ti!
como cierres, los clientes no te lo perdonan”. Sus hijos, aún veinteañeros,
no saben si continuarán algún día con el negocio. Pero, por ahora, Luis y su
mujer siguen al pie del cañón, en un establecimiento que ya ha cumplido los 100
años. En conversación con Luis esta misma mañana me comenta que es posible que
La Duquesita esté trazando el final de su camino. Él ya tiene ganas de
disfrutar de un merecido descanso tras más de cincuenta años trabajando duramente y sus hijos tienen otras formas de entender sus
vidas. Su mujer me decía que aunque es una pena, ella siempre estará a su lado,
se decida o no el cierre de La Duquesita.
Pastelería La Duquesita |
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